Este es el segundo de siete textos dedicados a Vidas pasadas (Past Lives, 2023), escrita y dirigida por Celine Song, con fotografía de Shabier Kirchner.
Seguimos explorando los vínculos que se forman antes de tener forma, que permanecen más allá del tiempo, el idioma o la distancia.
Canadá.
Ella es una niña. Nueva escuela, nuevo país. En el aula, está sola. No se encuentra. No se dice mucho más.
12 años después.
Un grupo de militares camina por lo que parece una frontera. La cámara panea de izquierda a derecha. Se detienen a comer algo. La cámara sigue, buscando a alguien. Se detiene. Se centra en un rostro. ¿Es él? No lo sabemos todavía. Está callado, con la mirada lejos. Como si estuviera pensando en otra cosa. ¿En alguien más? ¿En ella? Corte.
Otro lugar. Mismo momento.
Ella, en el asiento trasero de un coche, sonríe. Una expresión serena, feliz. ¿Lo habrá olvidado?
Pues claro que no.
Ahora la vemos en su día a día. Vive en Nueva York. Hace lo que le gusta, algo ligado a la escritura. Se conecta por ordenador con su madre. Buscan en Facebook a conocidos de la infancia. Ella quiere encontrar a alguien. No recuerda bien su nombre, pero sí lo que sintió.
Pregunta cómo se llamaba. Su madre también trata de recordar. Hasta que, casi al mismo tiempo, dicen su nombre: Jung Hae Sung.
Lo encuentra. Se da cuenta de que él también intentó buscarla. Ella sonríe al ver su foto. No duda en enviarle un mensaje.
La escena termina.
Vuelve el paneo de cámara. Una constante en la película. El director insiste en este movimiento, suave, paciente. Nos invita a leer la escena entera. No solo lo que está en el centro. También los colores, el lugar, las personas alrededor. El sentimiento.
Tres de la mañana. Un grupo de amigos acompaña a uno de ellos. Está destrozado por una ruptura. Dos años de relación. Llora. Todos han bebido.
Uno del grupo (él) saca el móvil. Abre Facebook. Tiene un mensaje. Es ella. Pero no reacciona. No la recuerda. No en ese momento. Demasiado alcohol, demasiadas capas encima.
La textura de la película recuerda al 35mm. Tiene grano, como si fuera analógica. Pero no lo es. Es digital. Y ese efecto, forzado, molesta un poco. Hay algo en ese ruido visual que distrae.
A la mañana siguiente, él se levanta. Bebe un sorbo de agua. Mira el móvil. Ahora sí. Lee el mensaje. Claro que la recuerda. Pero la noche anterior no podía.
Su madre lo llama a comer. Todavía vive con sus padres. En la mesa, la madre le pregunta por qué está tan animado. Él no responde. No hace falta. Ya sabemos por qué.
Le escribe. A ella le suena el móvil. Lo toma con las dos manos. Lo abraza casi. Se alegra. Se nota. Algo se activa.
Ella sale corriendo por la calle. Feliz. Como si tuviera diez años otra vez. Camina rápido, casi que baila entre los pasos de peatones. Rebosa ilusión.
Llega a su casa. Se quita la sudadera. Lleva una camiseta de las Cataratas del Niágara. Se sienta. Abre su portátil. Se pone los audífonos. Abre Skype.
Y claro: videollamada. Con él. Después de tantos años.
Retoman el contacto. Retoman algo que nunca se fue del todo.
¿Qué pasará ahora? ¿Volverán? ¿Será un reencuentro breve? ¿Volverán a perderse?
¿Fue el destino quien los juntó de nuevo?
¿O fue eso que todavía sienten, lo que nunca se fue, lo que empujó todo esto?
Capítulo 3 de 7: Vidas pasadas
Este es el tercero de siete textos dedicados a Vidas pasadas (Past Lives, 2023), escrita y dirigida por Celine Song, con fotografía de Shabier Kirchner.