El perdón que no llegó a tiempo
Lo que se rompe cuando el silencio pesa más que las palabras
Intenté llamarte.
Una, dos, tres veces.
Pero el teléfono ya no daba tono.
O tal vez eras tú quien ya no quería escuchar.
Me aprendí las palabras de memoria.
Las pulí.
Las volví más suaves, más humanas,
menos yo.
Quise contarte que me equivoqué.
Que lo sé.
Que ahora lo sé.
Y que a veces, saberlo duele más que haberlo hecho.
Pensé en dejarte una nota bajo la puerta.
En enviarte un correo sin asunto.
En pedirle al viento que te lo susurre,
por si aún te asomas a la ventana.
Pero no estás.
Y cuando alguien ya no está,
las disculpas se quedan flotando
como cartas sin dirección.
Pasé por donde solíamos vernos.
Te imaginé cruzando la calle,
riendo por algo que yo decía sin gracia.
Y entonces lo supe,
con la certeza de quien no necesita confirmación:
demasiado tarde ya.
Y no hay peor castigo
que querer pedir perdón
cuando ya no queda quien escuche.
Muy interesante. Lo incluimos en el diario de Substack en español?
Me encanta 🥺🥺