La próxima vez escucharé sin prisa, sin corregir, sin darme tanta prisa. Haré espacio entre palabra y gesto, y oiré lo que no se dice, pero está en el resto. Miraré despacio, sin pedir permiso, notando el temblor leve tras cada compromiso. Leeré en sus ojos lo que no se escribe, y veré su risa cuando no se exhibe. Le llevaré tulipanes sin razón aparente, por el simple deseo de estar presente. Aprenderé su olor al llegar la noche, el de su abrigo y su voz en broche. El perfume que deja en la habitación, cuando el alma se va, pero no la intención. No gritaré, ni aún con motivo, buscaré decir lo justo, sin ser excesivo. Iremos a bailar, aunque yo no quiera, y la veré reír como quien vuela sin espera. Le haré el café con su preferencia entera: leche de avena, azúcar morena, canela sincera. Con espuma, con cuidado, sin reloj ni espera. Porque así se sirve lo que uno espera. Viviremos más cerca del mar y su ruido, donde el horizonte también tenga sentido. Y si el amor llega de nuevo a mi orilla, que me encuentre despierto, sin armadura ni costilla. Con el alma suelta y la voz tranquila. Y esta vez, sin miedo… pero con la misma semilla.
Este texto forma parte del reto literario propuesto por
para la comunidad hispanohablante. El desafío consiste en escribir siete microrrelatos en una semana, cada uno inspirado en una frase disparadora. El límite es de 250 palabras por texto, y este corresponde al día miércoles: “La próxima vez”. Más información aquí.Imagen: Detalle de “Bodegón con flores, copa de plata dorada y frutas” de Clara Peeters. Museo Nacional del Prado.
A simple vista, esta obra deslumbra por sus flores y su quietud barroca. Pero al mirar con atención, hay un gesto escondido: en la jarra de peltre, justo al lado de la copa roja, la artista se autorretrató diminuta, pincel en mano. Se dejó ahí, reflejada. No para sobresalir, sino para estar. Para decir: yo también estuve aquí.
Este relato hace lo mismo.
Así como Clara se pintó en su bodegón, yo me he escrito en este texto.
En los tulipanes que regalaré la próxima vez.
En el café con espuma, leche de avena, azúcar morena y canela.
En lo que no supe decir antes, pero ahora sí.
Porque hay maneras de quedarse,
aunque no nos vean del todo.
Qué hermoso! Este escrito realmente me llegó. Cuando uno se enamora, ve su nombre en todas partes, piensa su nombre, saborea su nombre, lo escucha, lo huele en cada poema, canción, película, en todo.
Qué poema más tierno, Simón. Al leerlo he sentido que refleja la esperanza de un nuevo amor visto desde la inocencia que uno no sabe que sigue teniendo. Aunque al principio la voz poética parece que duda en cómo continuar expresando sus sentimientos, a medida que avanza el poema se va estableciendo un ritmo más marcado y con más seguridad. Me ha hecho recordar los primeros poemas que leí cuando era joven, sobre todo en cómo has usado la rima consonante. Creo que el uso de ese tipo de rima hace que los versos se lean como una canción popular, a mí me gusta usarla para plasmar un espíritu más jovial y alegre. Aunque en tu texto se entremezcla esa ilusión por vivir experiencias nuevas con el miedo a fracasar y los recuerdos de un pasado más doloroso. La alusión a la amapola me ha recordado a mi Juan Ramón Jiménez, que siempre tendrá un pedacito de mi corazón. En comparación con el texto de ayer, este poema lo veo más optimista aunque sigo viendo restos de las emociones que se apropiaron de ti ayer. ¡Estoy deseando leer el texto de mañana!