No era un día para escribir.
Era un día para leer despacio, dejar que las páginas hicieran el trabajo que yo no podía hacer.
La mesa estaba desordenada. Un café frío. Migas de pan. Papeles arrugados.
Afuera, el sol golpeaba las ventanas.
Adentro, el aire pesaba. Como si los objetos también se cansaran.
El sábado me había desgastado en otras batallas.
La cabeza era un cuarto en penumbra.
Las palabras, pájaros que no encontraban la puerta.
Intenté empezar varias veces.
El teclado estaba tibio bajo mis dedos, pero las frases no venían.
Solo el zumbido del aire colándose entre las rendijas de la ventana,
y el sonido apagado de los martillos en la obra de al lado.
Había un plazo.
Había que entregar el microrrelato antes de las doce.
Me pasé la tarde dándole vueltas a una frase. A una imagen.
Todo parecía ajeno. Forzado.
Como buscar agua en la piedra.
Pensé en rendirme.
Apagar el ordenador.
Que mañana sería mejor.
Que nadie iba a notarlo.
Pero había algo adentro.
Pequeño, terco, testarudo.
Así que seguí.
Escribí mal. Borré. Volví a escribir.
Me detuve a escuchar el golpe seco de las teclas,
el olor del café frío,
el sabor amargo del intento.
Y cuando ya no esperaba nada,
cerré el documento y envié el texto.
Me quedé mirando el reloj, sin respirar.
El reloj marcó las doce.
Y en la pantalla, la respuesta:
un diminuto “enviado” que respiraba todavía.
Un minuto antes.
A veces, resistir también es escribir.
Este texto forma parte del reto literario propuesto por
para la comunidad hispanohablante.El desafío consiste en escribir siete microrrelatos en siete días, cada uno inspirado en una frase disparadora.
Este corresponde al día sábado, inspirado en la frase: “El reloj marcó las doce.” Más información aquí.
Imagen: Detalle de El cardenal Juan Everardo Nithard, por Alonso del Arco. Museo del Prado.
Un hombre ante el papel, detenido justo antes del trazo.
Tiene la pluma alzada, pero la tinta aún no dice nada.
El reloj avanza, él lo sabe, pero no corre. Espera.
En su rostro hay algo entre la calma y la urgencia.
Podría ser cualquiera de nosotros.
Ese instante en que no se sabe si lo que viene será palabra…
o silencio.
Escribir siempre es resistir, incluso cuando no sepamos sobre qué escribir o la vida nos pese tanto que no haya fuerzas para escribir. Hermoso relato
Hermosa fuerza que nos hace escribir, cuánto habrá de personal e íntimo en ese rompecabezas de palabras enlazadas que sólo uno mismo puede crear, es tan único e irrepetible que da miedo a la vez que fascina. Lo que de verdad me importa es que esta fuerza que nos lleva a escribir es real e inherente al sentirse humano. Gracias infinitas a que el enrevesado simbolismo que nos posee pueda encontrar una rendija por la que escurrirse y escapar a la luz de un renglón, de una línea que sin saber si será leída se materializó y cobró vida, salió a escena, como una actriz escondida tras el telón que pisa firme y sale al escenario. Bravo